La política neoliberal de Cambiemos se va agotando y se ve forzada a apostar fuerte por una derrota contundente del movimiento popular, que le permita bajar los costos laborales y sociales en gran escala, como para ofrecer una mayor rentabilidad a las inversiones capitalistas. Mientras -tal como ocurre en buena parte del resto del mundo- la oposición carece de un programa reformista que se muestre viable.
El neodesarrollismo extractivista se demostró a media agua entre el neoliberalismo más puro y un reformismo productivo y social más o menos serio y arrastró con más pena que gloria los últimos años del kirchnerismo en el gobierno.
En este contexto, de conformarse una alternativa política de gobierno para el 2019, se haría con base en las fuerzas que motorizaron el 21F. Pero difícilmente puedan entusiasmar y más bien serían elegidas como el mal menor.
La izquierda puede crecer en ese marco, tanto en votos, como sobre todo en convertirse en impulsora de construcciones de base y luchas con un carácter cada vez más ecosocialista y antipatriarcal. Para ello la izquierda debe ser vista como una fuerza constructiva dentro del movimiento de masas que es posible siga creciendo este año.
La izquierda argentina padeció desde el surgimiento del peronismo notorias dificultades para enraizar en la clase trabajadora. Los casos en que logró/amos una política con más influencia en darle un carácter revolucionario al movimiento obrero y popular, fueron en general casos en los que se dio una convivencia sana o incluso compañerismo en la base con los sectores peronistas, caso de la resistencia peronista y los congresos de La Falda y Huerta Grande, caso de la CGT-A, caso de Luz y Fuerza de Agustín Tosco (entre muchos otros).
A fines de los sesenta y principios de los setenta esta dificultad se iba superando, pero retornó con fuerza con el regreso de Perón al país.
La política neoliberal del peronismo con Menem volvió a generar bases para una confluencia en la lucha de la izquierda con el peronismo combativo, caso Moyano, además de con el reformismo socialcristiano de la dirección de la CTA. Pero esto no llegó a cuajar ni aún con el empuje piquetero y las condiciones fueron más difíciles desde la llegada de Duhalde primero y Kirchner después al gobierno.
La oposición abstracta contra el kirchnerismo llevó a nuevas divisiones dentro de la izquierda, caso de los debates en el MIC y diversas luchas concretas. El colmo se dio en el 2008 con el alineamiento de algunos partidos de izquierda tras la Sociedad Rural. Pero una parte importante de la izquierda insistimos contra viento y marea en apoyar y disputar medidas progresivas que el kirchnerismo hizo o podía llegar a hacer, tales como la estatización de las AFJP y diversas empresas, la ley de medios, etc.
El último gobierno de Cristina entró cada vez más en la sintonía fina (ajuste y represión, si bien “gradualista”) y las luchas tomaron cada vez más un carácter de lucha frontal contra el kirchnerismo, presentándose la necesidad de golpear juntos con sectores de la burocracia y marchar separados.
Finalmente el gobierno de los CEOs de Cambiemos avanza desde el primer día en un camino de ajuste y represión que se muestra cada vez más claro para el pueblo. El clamor de unidad de los trabajadores plantea la construcción de un frente único de trabajadores, al que es evidente gran parte de la burocracia le huye como a la peste, como se ve no sólo en la actitud de la burocracia respecto a la izquierda, sino incluso respecto a quienes promovieron el 21F. Este espanto de buena parte de la burocracia al frente único debe reafirmarnos en la búsqueda del mismo, guiados por la confluencia en la lucha tras reivindicaciones concretas y palpables.
Al mismo tiempo es evidente que la unidad de acción en el sentido más amplio, policlasista, beneficiaría en primer tiempo la apuesta de Cristina y también del Papa, en cuanto a reemplazar a Cambiemos por un gobierno de orden. Sin embargo es posible desarrollar una política con un sentido anticapitalista en el marco de esa unidad de acción. Plantear la necesidad de la socialización de los medios de producción y de la disputa de poder en todos los planos es posible en ese marco. Las construcciones sindicales, territoriales y cooperativas, estudiantiles, comunicacionales, de género y ambientales que venimos desarrollando como izquierda (y en este aspecto con aportes cualitativos de la nueva izquierda) pueden tanto acentuar la disputa de poder por la base como dar el salto en la disputa de la política de masas, en relación con las propuestas reformistas. Hay una cierta legitimidad y visibilidad ganada que debemos poner en juego en ese sentido.
Por supuesto -y como decía Gramsci- en todo análisis de situación y correlación de fuerzas el elemento de la “fuerza permanentemente organizada” es el último pero no el menos importante de los elementos a tener en cuenta al evaluar la capacidad de incidencia. Las organizaciones de izquierda somos evidentemente más grandes y con mayores raíces que 20 años atrás, pero la capacidad de elaboración colectiva en cada una de ellas y el diálogo constructivo entre estas organizaciones sigue siendo obstaculizado por mezquindades, cortedad de miras, etc. Y si el FIT y el trotskismo en general reafirman esta situación, mucho más grave es que ocurra dentro de la nueva izquierda que debiera destacarse más bien por promover una nueva cultura militante.