Desde la asunción de Macri, va creciendo un extendido rechazo de los sectores populares al Gobierno, sentando las bases para una creciente unidad de acción contra el mismo. Las heridas entre las distintas corrientes del campo popular van parchándose, mientras se profundiza una grieta con los sectores de la burocracia sindical que apuestan cada vez más a fondo por sostener a este Gobierno.
En el caso de los ataques por sector (azucareros del noroeste, aceiteros, bancarios, mineros del turbio, fabricaciones militares en azul, inti, posadas y un sin fin de reparticiones estatales más, ahora en particular al sector docente) las bases asumen niveles crecientes de lucha y democracia directa, con una solidaridad moderada por parte de la burocracia reformista y un rechazo compacto de la burocracia asociada al gobierno.
En este sentido, el 21F resultó un acto de masas que escenificó la división de la CGT. Dos triunviros y la mayor parte de la dirigencia cegetista eligieron acentuar la integración al régimen que construye Cambiemos. Un triunviro y el gremio con mayor poder de fuego -Camioneros- decidieron romper esa alianza y articular con el sindicalismo reformista ligado a Cristina (CFT y CTA-T) y al Papa (referente del triunvirato piquetero).
En este sentido, el 21F resultó un acto de masas que escenificó la división de la CGT. Dos triunviros y la mayor parte de la dirigencia cegetista eligieron acentuar la integración al régimen que construye Cambiemos. Un triunviro y el gremio con mayor poder de fuego -Camioneros- decidieron romper esa alianza y articular con el sindicalismo reformista ligado a Cristina (CFT y CTA-T) y al Papa (referente del triunvirato piquetero).
La participación de la izquierda sindical, con un perfil propio, dio continuidad y amplitud a una tendencia cada vez más fuerte a la “unidad de acción” en la clase trabajadora bajo el objetivo de frenar el ajuste -y en menor medida la represión-.
La composición casi 100% obrera y popular del acto convivió con un discurso que, al mismo tiempo que plantea un freno al ajuste (y al uso discrecional del poder judicial por parte de Cambiemos), apunta bastante claramente a la reconstitución de una fuerza social “nacional y popular”, es decir una fuerza de base obrera pero dirigida por fracciones de la burguesía nacional. La moderación en los discursos de los oradores se centraron en el mensaje de: “no queremos dirigir la sociedad, queremos que quienes la dirijan nos traten con el respeto que nos merecemos quienes producimos la riqueza”.
El 21F, un acto obrero masivo que amplía la oposición al ajuste.
Cerca de doscientas mil personas se extendieron sobre buena parte de la avenida 9 de julio. El masivo acto pone en el centro de la cancha a las organizaciones sindicales, sociales y políticas que se oponen al ajuste, rompiendo de hecho el pacto del moyanismo con la mayor parte de la dirigencia de la CGT, instalando que “el triunvirato de la CGT está agotado”.
El acuerdo de Camioneros con el sindicalismo más kirchnerista de la CFT y de la CTA de los trabajadores y con el triunvirato piquetero que se referencia en el Papa, es el acuerdo que permitió concretar el acto, abriendo la posibilidad de que ese acuerdo derive en un pacto de más largo alcance, dando forma tal vez a una nueva CGT (que algunos ya denominan CGT de los trabajadores y que todo indica podría tener como secretario general al radical afín al kirchnerismo Palazzo, de Bancarios y la CFT). Todos estos sectores obreros se inspiran en un reformismo socialcristiano, de tinte más conservador en el caso del moyanismo y de tinte más progresista en el caso de Yasky y Palazzo. Pero resaltemos que los dos grandes inspiradores de este movimiento son figuras no justamente obreras: el Papa y Cristina.
Si habláramos de un neorreformismo obrero, al estilo del primer peronismo, debiéramos resaltar que nuevamente la conducción sería ni obrera ni socialista. Más bien a todas luces se incuba un nuevo movimiento de orden orientado a un capitalismo más social. Un modelo con un fuerte peso del Estado en favor de una inversión privada capitalista que fomente la producción y la inclusión, volviendo a políticas más multilateralistas. Enfaticemos, todos estos sectores quieren inducir o pactar la inversión privada, y no tienen plan B alguno en caso de que los privados no inviertan, tal como quedó claro bajo el kirchnerismo.
Los discursos de los oradores estuvieron todos orientados en ese sentido.
El acto dio un paso más en la recomposición de una fuerza social con un contenido reformista burgués. Pero también es claro que es un paso que no desequilibra una relativa paridad de fuerzas con el gobierno nacional. Lo dominante hoy es una crisis que cada vez más se ve como estructural, y limita tanto a las políticas kirchneristas como a las macristas. Macri enfrenta una sostenida crisis económica y expectativas sociales devaluadas en cuanto a su capacidad de lograr una reactivación económica. En este marco la relación de fuerzas se deteriora en detrimento del gobierno, sin por ello emerger una alternativa política al mismo. La presencia minoritaria pero influyente de sectores obreros que buscan un camino independiente y democrático de base tiene un gran valor para quienes creemos que la clase obrera tiene la potencialidad de organizar a la sociedad sobre bases no capitalistas.
La crisis mundial
Iniciada en el 2007 tardó unos años en impactar en la economía argentina, vía la caída de los precios de las materias primas exportables. El kirchnerismo intentó compensar esa caída con un mayor rol del estado en la inducción de inversiones privadas nacionales y extranjeras vía incremento del gasto público y créditos sostenedores de demanda interna, por un lado, y acuerdos con el capital extranjero tanto europeo (pago al club de París) como chino. Esta política fue posponiendo la crisis pero claramente no dio resultados. Más bien bajó la inversión al mismo tiempo que se incrementaban los déficit comercial y fiscal.
Macri ganó las elecciones presidenciales del 2015 prometiendo que él y sus políticas promercado darían un shock de confianza que atraerían una inmediata lluvia de inversiones que reactivaría la economía y derramaría sus beneficios sobre toda la población. Al ganar concretó sus políticas promercado, pero el alza de las inversiones nunca llegó.
ajuste permanente sobre las condiciones de vida de los sectores populares e incluso sobre capas medias benefició básicamente a la cúpula de la burguesía, pero el aumento en las ganancias de esta fracción de la burguesía no se reinvierte más que en una pequeña medida. De allí que el sostenimiento del actual plan económico tiene como combustible insustituible el endeudamiento permanente, similar al modelo de los noventa y de la dictadura del 76. Por ello puede decirse que
Macri no resuelve los límites estructurales del capitalismo argentino, sino que los alarga y agrava. Y a ello se le suma la baja en los costos de producción en Brasil que hace que las inversiones regionales se dirijan hacia allí en remplazo de nuestro país. En el acto del 21F los oradores no plantearon como superar esos límites estructurales del capitalismo argentino, sino que más bien se concentraron en remarcar que Macri es el mal mayor y que hay que oponerse al mismo.
El llamado a votar bien en el 2019 sólo puede ser entendido como un llamado a que se concrete la unificación del kirchnerismo con los sectores peronistas que se opongan a Cambiemos de aquí en más. No se señaló desde el palco mayor orientación política sobre el contenido que debiera tener esa unificación peronista/kirchnerista, sino apenas la sugerencia de que escuchen al movimiento obrero. Si bien el macrismo se ve cada vez más envuelto y responsable de la crisis del país, su ligazón orgánica con fracciones del capital concentrado que conducen a EEUU e Israel le da respaldo, al menos en el corto plazo, para seguir endeudándose y contando así con poder de fuego para conformar una fuerza social conducida por el capital financiero “occidental” asociado con la burguesía nacional más concentrada (ligada históricamente a la renta agraria y luego ampliada a nichos industriales) que integre al menos a una parte de la superestructura organizativa de los sectores populares.
El 21F mostró que la mayor parte de la dirigencia de la CGT estuvo en contra del acto contra el ajuste y las persecuciones judiciales. Al mismo tiempo, los oradores del acto no expresaron mayor solidaridad discursiva (y menos práctica) con las luchas duras que se vienen dando contra el ajuste, sin ir más lejos las jornadas de acción directa contra la reforma previsional el 14 y 18 de diciembre, los conatos de puebladas en Río Turbio, Azul y en los pueblos azucareros de Salta y Jujuy, así como en la ocupación del INTI. El extendido cantito de estos meses “unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode se jode” no se hizo tan presente en este acto, donde la unidad se va tejiendo más bien en frío y por arriba.
Todo indica, tanto la historia de nuestro país, así como la historia particular de las fuerzas que acordaron el acto, que se irá avanzando en la reconstitución de una fuerza social policlasista, conducida por la burguesía nacional poco competitiva y basada en fracciones obreras, de cara al 2019. Si bien no debemos dejar de constatar que esas dos fuerzas sociales son las que polarizan hoy e históricamente en nuestro país, sin embargo, una serie de factores nos hacen ser relativamente optimistas con la posibilidad del nacimiento de una fuerza social revolucionaria.
La profundidad de la crisis del capitalismo dependiente argentino, así como la situación del mercado mundial y regional, marcan como dijimos límites estructurales que se expresan en el corto plazo y a los cuales ni el macrismo ni el kirchnerismo le dan respuestas superadoras. En cuanto al moyanismo y al kirchnerismo, su escasa elaboración programática se ve agravada por una fuerte imagen negativa, bajo la idea relativamente extendida de que sus conducciones son “mafiosas y corruptas”. Por la positiva, la izquierda en general no padece un macartismo tan fuerte como en otras épocas, reconociéndoseles/nos en cambio algunas cualidades de perseverancia, consecuencia, honestidad, etc.
A su vez es evidente que en argentina la vía anticapitalista no ha sido probada aún, como forma de resolución de las problemáticas populares y superación de las limitaciones estructurales que señalamos. En ese sentido la izquierda ha conquistado una visibilidad de masas, apoyada tanto en el trabajo y la lucha cotidiana como en un aumento en la exposición mediática y electoral a partir de la conformación del FIT en el 2011. A ello se le suma una vasta y extendida experiencia de organización popular crítica del sistema, con ciertos núcleos de buen sentido pro ecosocialistas y feministas.
En este punto es importante destacar la experiencia de organización y coordinación política que ha expresa el movimiento de mujeres, feministas y diversidad que ha logrado construir desde la amplitud política realizando movilizaciones masivas en las calles, incluyendo dos paros internacionales que lograron poner en agenda las reivindicaciones propias.
El 21F fue un paso más, positivo, en la unidad de acción como base para la conformación de un frente único de los trabajadores. La presencia de la izquierda sindical en esta instancia de lucha de la clase contra el ajuste aportó en ese sentido. En esta ocasión se reforzaron con espíritu crítico diversas columnas sindicales y también se formó una columna independiente que fue parte activa del acto, con su propio perfil. En definitiva el 21F fue una jornada heterogénea de lucha.
Fue tan claro que el principal convocante fue Moyano, como el hecho de que Camioneros fueron, numéricamente, no más que una primera minoría dentro del mismo, con un peso parecido al del triunvirato piquetero y un poco superior al del sindicalismo afín al kirchnerismo. Pero también quedó claro que la izquierda sindical es un actor independiente con peso propio, que suma desde su propio perfil.
La composición casi 100% obrera y popular del acto convivió con un discurso que, al mismo tiempo que plantea un freno al ajuste (y al uso discrecional del poder judicial por parte de Cambiemos), apunta bastante claramente a la reconstitución de una fuerza social “nacional y popular”, es decir una fuerza de base obrera pero dirigida por fracciones de la burguesía nacional. La moderación en los discursos de los oradores se centraron en el mensaje de: “no queremos dirigir la sociedad, queremos que quienes la dirijan nos traten con el respeto que nos merecemos quienes producimos la riqueza”.
El 21F, un acto obrero masivo que amplía la oposición al ajuste.
Cerca de doscientas mil personas se extendieron sobre buena parte de la avenida 9 de julio. El masivo acto pone en el centro de la cancha a las organizaciones sindicales, sociales y políticas que se oponen al ajuste, rompiendo de hecho el pacto del moyanismo con la mayor parte de la dirigencia de la CGT, instalando que “el triunvirato de la CGT está agotado”.
El acuerdo de Camioneros con el sindicalismo más kirchnerista de la CFT y de la CTA de los trabajadores y con el triunvirato piquetero que se referencia en el Papa, es el acuerdo que permitió concretar el acto, abriendo la posibilidad de que ese acuerdo derive en un pacto de más largo alcance, dando forma tal vez a una nueva CGT (que algunos ya denominan CGT de los trabajadores y que todo indica podría tener como secretario general al radical afín al kirchnerismo Palazzo, de Bancarios y la CFT). Todos estos sectores obreros se inspiran en un reformismo socialcristiano, de tinte más conservador en el caso del moyanismo y de tinte más progresista en el caso de Yasky y Palazzo. Pero resaltemos que los dos grandes inspiradores de este movimiento son figuras no justamente obreras: el Papa y Cristina.
Si habláramos de un neorreformismo obrero, al estilo del primer peronismo, debiéramos resaltar que nuevamente la conducción sería ni obrera ni socialista. Más bien a todas luces se incuba un nuevo movimiento de orden orientado a un capitalismo más social. Un modelo con un fuerte peso del Estado en favor de una inversión privada capitalista que fomente la producción y la inclusión, volviendo a políticas más multilateralistas. Enfaticemos, todos estos sectores quieren inducir o pactar la inversión privada, y no tienen plan B alguno en caso de que los privados no inviertan, tal como quedó claro bajo el kirchnerismo.
Los discursos de los oradores estuvieron todos orientados en ese sentido.
El acto dio un paso más en la recomposición de una fuerza social con un contenido reformista burgués. Pero también es claro que es un paso que no desequilibra una relativa paridad de fuerzas con el gobierno nacional. Lo dominante hoy es una crisis que cada vez más se ve como estructural, y limita tanto a las políticas kirchneristas como a las macristas. Macri enfrenta una sostenida crisis económica y expectativas sociales devaluadas en cuanto a su capacidad de lograr una reactivación económica. En este marco la relación de fuerzas se deteriora en detrimento del gobierno, sin por ello emerger una alternativa política al mismo. La presencia minoritaria pero influyente de sectores obreros que buscan un camino independiente y democrático de base tiene un gran valor para quienes creemos que la clase obrera tiene la potencialidad de organizar a la sociedad sobre bases no capitalistas.
La crisis mundial
Iniciada en el 2007 tardó unos años en impactar en la economía argentina, vía la caída de los precios de las materias primas exportables. El kirchnerismo intentó compensar esa caída con un mayor rol del estado en la inducción de inversiones privadas nacionales y extranjeras vía incremento del gasto público y créditos sostenedores de demanda interna, por un lado, y acuerdos con el capital extranjero tanto europeo (pago al club de París) como chino. Esta política fue posponiendo la crisis pero claramente no dio resultados. Más bien bajó la inversión al mismo tiempo que se incrementaban los déficit comercial y fiscal.
Macri ganó las elecciones presidenciales del 2015 prometiendo que él y sus políticas promercado darían un shock de confianza que atraerían una inmediata lluvia de inversiones que reactivaría la economía y derramaría sus beneficios sobre toda la población. Al ganar concretó sus políticas promercado, pero el alza de las inversiones nunca llegó.
ajuste permanente sobre las condiciones de vida de los sectores populares e incluso sobre capas medias benefició básicamente a la cúpula de la burguesía, pero el aumento en las ganancias de esta fracción de la burguesía no se reinvierte más que en una pequeña medida. De allí que el sostenimiento del actual plan económico tiene como combustible insustituible el endeudamiento permanente, similar al modelo de los noventa y de la dictadura del 76. Por ello puede decirse que
Macri no resuelve los límites estructurales del capitalismo argentino, sino que los alarga y agrava. Y a ello se le suma la baja en los costos de producción en Brasil que hace que las inversiones regionales se dirijan hacia allí en remplazo de nuestro país. En el acto del 21F los oradores no plantearon como superar esos límites estructurales del capitalismo argentino, sino que más bien se concentraron en remarcar que Macri es el mal mayor y que hay que oponerse al mismo.
El llamado a votar bien en el 2019 sólo puede ser entendido como un llamado a que se concrete la unificación del kirchnerismo con los sectores peronistas que se opongan a Cambiemos de aquí en más. No se señaló desde el palco mayor orientación política sobre el contenido que debiera tener esa unificación peronista/kirchnerista, sino apenas la sugerencia de que escuchen al movimiento obrero. Si bien el macrismo se ve cada vez más envuelto y responsable de la crisis del país, su ligazón orgánica con fracciones del capital concentrado que conducen a EEUU e Israel le da respaldo, al menos en el corto plazo, para seguir endeudándose y contando así con poder de fuego para conformar una fuerza social conducida por el capital financiero “occidental” asociado con la burguesía nacional más concentrada (ligada históricamente a la renta agraria y luego ampliada a nichos industriales) que integre al menos a una parte de la superestructura organizativa de los sectores populares.
El 21F mostró que la mayor parte de la dirigencia de la CGT estuvo en contra del acto contra el ajuste y las persecuciones judiciales. Al mismo tiempo, los oradores del acto no expresaron mayor solidaridad discursiva (y menos práctica) con las luchas duras que se vienen dando contra el ajuste, sin ir más lejos las jornadas de acción directa contra la reforma previsional el 14 y 18 de diciembre, los conatos de puebladas en Río Turbio, Azul y en los pueblos azucareros de Salta y Jujuy, así como en la ocupación del INTI. El extendido cantito de estos meses “unidad de los trabajadores y al que no le gusta se jode se jode” no se hizo tan presente en este acto, donde la unidad se va tejiendo más bien en frío y por arriba.
Todo indica, tanto la historia de nuestro país, así como la historia particular de las fuerzas que acordaron el acto, que se irá avanzando en la reconstitución de una fuerza social policlasista, conducida por la burguesía nacional poco competitiva y basada en fracciones obreras, de cara al 2019. Si bien no debemos dejar de constatar que esas dos fuerzas sociales son las que polarizan hoy e históricamente en nuestro país, sin embargo, una serie de factores nos hacen ser relativamente optimistas con la posibilidad del nacimiento de una fuerza social revolucionaria.
La profundidad de la crisis del capitalismo dependiente argentino, así como la situación del mercado mundial y regional, marcan como dijimos límites estructurales que se expresan en el corto plazo y a los cuales ni el macrismo ni el kirchnerismo le dan respuestas superadoras. En cuanto al moyanismo y al kirchnerismo, su escasa elaboración programática se ve agravada por una fuerte imagen negativa, bajo la idea relativamente extendida de que sus conducciones son “mafiosas y corruptas”. Por la positiva, la izquierda en general no padece un macartismo tan fuerte como en otras épocas, reconociéndoseles/nos en cambio algunas cualidades de perseverancia, consecuencia, honestidad, etc.
A su vez es evidente que en argentina la vía anticapitalista no ha sido probada aún, como forma de resolución de las problemáticas populares y superación de las limitaciones estructurales que señalamos. En ese sentido la izquierda ha conquistado una visibilidad de masas, apoyada tanto en el trabajo y la lucha cotidiana como en un aumento en la exposición mediática y electoral a partir de la conformación del FIT en el 2011. A ello se le suma una vasta y extendida experiencia de organización popular crítica del sistema, con ciertos núcleos de buen sentido pro ecosocialistas y feministas.
En este punto es importante destacar la experiencia de organización y coordinación política que ha expresa el movimiento de mujeres, feministas y diversidad que ha logrado construir desde la amplitud política realizando movilizaciones masivas en las calles, incluyendo dos paros internacionales que lograron poner en agenda las reivindicaciones propias.
El 21F fue un paso más, positivo, en la unidad de acción como base para la conformación de un frente único de los trabajadores. La presencia de la izquierda sindical en esta instancia de lucha de la clase contra el ajuste aportó en ese sentido. En esta ocasión se reforzaron con espíritu crítico diversas columnas sindicales y también se formó una columna independiente que fue parte activa del acto, con su propio perfil. En definitiva el 21F fue una jornada heterogénea de lucha.
Fue tan claro que el principal convocante fue Moyano, como el hecho de que Camioneros fueron, numéricamente, no más que una primera minoría dentro del mismo, con un peso parecido al del triunvirato piquetero y un poco superior al del sindicalismo afín al kirchnerismo. Pero también quedó claro que la izquierda sindical es un actor independiente con peso propio, que suma desde su propio perfil.