Rita
Segato realiza en las cárceles de Brasil entrevistas con detenidos condenados
por violaciones cruentas, es decir
violaciones que más allá de ser cometidas por una persona conocida o
desconocida responde a algunas de las características propias de la violación
estereotipada y que en principio resultaría absolutamente identificable. En
estos casos explica que a estos detenido “no les resultaba del todo claro
que estaban
cometiendo un delito al momento de perpetrar”
(2006, p. 28). La autora explica que este es el delito con menor representación
cuantitativa entre los delitos de violencia sexual (2006:22), sin embargo es el
más recurrente simbólicamente, y aún en estos casos los agresores no lo
entienden como delito en el momento de cometerlo.
En este sentido es interesante recuperar lo
que plantea Despentes en su libro Teoría King Kong sobre una violación sufrida
por ella: “Mientras ocurre ellos hacen como si no supieran exactamente qué
está pasando. Como llevamos minifalda, como tenemos una el pelo verde y la otra
naranja, sin duda, «follamos como perras», así que la violación que se está
cometiendo no es tal cosa. Como en la mayoría de las violaciones, imagino.
Imagino que, después, ninguno de esos tres tipos se identifica como violador.
Puesto que lo que han hecho es otra cosa. Tres con un fusil contra dos chicas a
las que han pegado hasta hacerles sangrar: no es una violación. La prueba: si
verdaderamente hubiéramos querido que no nos violaran, habríamos preferido
morir, o habríamos conseguido matarlos. Desde el punto de vista de los
agresores, se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no
les disgustaba tanto”. (2007:30).
Esto resulta interesante en un doble
sentido, por un lado esta banalización de la violencia o incluso falta de
conciencia que hemos mencionado con anterioridad, pero por el otro también por el mandato sobre la víctima que se construye
para la violación y a posteriori. Para ser una víctima en todos los aspectos
ellas debieron haber preferido morir, sino la cosa no les disgustaba tanto, o
de hecho en otras palabras “un poco les gustaba”. Acá nuevamente puede verse
los difusos límites de la agresión sexual, de algún modo todas las prácticas
sexuales son vistas como agresivas o de supremacía del varón, entonces, el
reverso de eso es que incluso las agresiones sexuales más explícitas, la
violación, puede “gustar” a quién es víctima de eso; tanto como puede gustarle
una práctica sexual libremente consentida.
Finalmente la
cultura de la violación funciona como un ordenador de conductas a nivel social,
quien fue violada debe demostrar permanentemente con las consecuencias que la agresión
haya tenido sobre su subjetividad, que hubiera preferido morir. La contracara
es que las mujeres deben vivir con miedo a ser violadas, esto genera y ordena
toda una serie de actos en términos de “prevención” (siempre en relación al
estereotipo de violador y no a violaciones ocurridas dentro del hogar en con
otros parámetros), es decir vestir de un determinado modo, no caminar sola por
algunos lugares o a algunas horas, no “ponerse en riesgo” lo cual termina
nuevamente poniendo la responsabilidad del lado de la víctima (quien fue
violada posiblemente se haya puesto en riesgo) y no del agresor. Es en este sentido
que Segato se refiere a “crímenes de poder”, de confirmación de un sistema de
ordenamiento de las relaciones vigente.
Continuar aquí El caso de La Manada, un análisis posible.